Columna de opinión:

Educación segregada, ¿cuestión de política pública o cambio de creencias?

Educación segregada, ¿política pública o cambio de creencia?

Tras los resultados conocidos a la fecha, han surgido voces críticas que apelan, con razón, a la potestad que tiene una comunidad escolar para tomar una decisión de alcance nacional, desconociendo los marcos nacionales e internacionales en materia de equidad de género. También se instaló la discusión sobre la generación de una ley que establezca la educación mixta en los establecimientos públicos. Ello sería consistente con el horizonte valórico que han querido plantear otras tantas leyes de los últimos años que pretenden avanzar hacia una mayor integración y no discriminación.

Una ley en tal sentido, sin duda sería un avance hacia la equidad de género en educación, si bien la educación mixta no acaba con el sexismo en educación. La pregunta es: ¿las políticas públicas resuelven el tema que subyace a la discusión de fondo que revela la decisión institutana?

No, ciertamente no. Si bien, el sistema legislativo establece un marco normativo que mandata a la sociedad y propicia condiciones para las transformaciones sociales, ello, siendo un avance relevante, no produce un cambio inmediato en la acción social y en los sistemas de creencias basadas en convicciones e interpretaciones religiosas, políticas, el sentido común, la experiencia vital o en la simple ignorancia.

Los argumentos de la segregación por sexo se sostienen en creencias socioculturales profundamente arraigadas, particularmente presentes en los adultos. Una línea argumental es el apego a las tradiciones y a la identidad, que desde una visión acrítica desconoce el que éstas son parte de la cultura que, por esencia, se trasforma y trasforma. Pero sobre todo que no es consciente (¿o sí?) que la tradición e identidad enarbolada, está construida sobre el privilegio de ser hombre.

La presencia de mujeres en el aprendizaje de los varones y las consecuencias sobre el rendimiento escolar es otra línea de argumentación. Es decir, la creencia de las mujeres como agentes disruptivos de la conducta masculina. No hay estudios serios que corroboren ese mito.

La creencia sobre la neutralidad de los modelos pedagógicos y el curriculum y las prácticas pedagógicas también es contradicha por la literatura especializada que indica que ellos son los principales reproductores de la cultura patriarcal y androcéntrica.

Las creencias no cambian solo por los marcos legales o por los numerosos estudios que demuestran que el sexismo está arraigado en una cultura patriarcal, y, por ende, en las creencias y valores que la sustentan. Los cambios culturales son lentos y requieren procesos de debate y reflexión crítica, de información y de formación.

En este marco, las voces de los estudiantes denotan sus procesos de deconstrucción y de cambio de creencias en relación a la integración de los géneros y de la igualdad de oportunidades para todos/as. Son las nuevas generaciones las que expanden los límites de lo posible. Es la historia del propio Instituto; su primera toma estudiantil en 1833, fue en protesta por los azotes, reguladores de la disciplina. Si hace más de 180 años fue posible cambiar el modelo pedagógico, sin duda el cambio también será posible ahora. Es cuestión de tiempo.

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