Carta de una lexicógrafa

¿Ahora puedo usar libremente esta palabra porque está en el diccionario?

Carta de una lexicógrafa:Ahora puedo usar libremente esta palabra...

"Si no está en el diccionario, no existe", "Si la palabra está en el diccionario, existe", "Ahora podemos usar sin tapujos esta palabra, porque está en el diccionario", son algunas de las afirmaciones que se han oído y leído en los medios de comunicación tanto de televisión como de prensa en Internet.

Como profesora de lingüística de la Universidad de Chile y parte del ‘Seminario de lexicografía hispánica' de esta misma universidad, me siento con el deber de aclarar estas afirmaciones.

Primero, en cada uno de los medios en donde se dio cuenta de "chilenismos que se aceptaron en el DRAE" y que aparecerán en su vigésima tercera edición, se hace especial hincapié en que son "nuevos chilenismos". Esto no es tal:

Voces como amononar, condoro, cufifo, lorear, olorosar o sapear aparecieron publicadas hace nueve años, en la vigésima segunda edición del DRAE (2001) y fueron tomadas del primer avance del Diccionario de uso del español de Chile (DUECh), que la Academia Chilena de la Lengua publicará en septiembre de este año. En el caso de la voz relajante, con el valor que en Chile le damos, apareció en el DRAE con la marca Chile en la edición de 1984. El caso más impresionante fue el informar que la voz chanchullo fuera propia de Chile. Chanchullo puede encontrarse en el DRAE desde 1884 y no es, estrictamente, un chilenismo.

Esto da cuenta de una desinformación respecto al diccionario que se ha instalado, dentro de las comunidades de habla española, como el gran referente de uso: el DRAE. No logro explicarme la razón por la cual se haya informado, como una novedad, algo que lleva nueve, veintiséis y ciento seis años presente en un diccionario.

Segundo, me preocupa el escaso conocimiento que se tiene del diccionario. Las personas, por lo general, solo se quedan con la palabra que se busca (los lexicógrafos la llamamos lema) y su definición. Pero nunca se detienen en esas abreviaturas que aparecen antes o después de la definición. Si por algún momento se detuvieran los usuarios en esas abreviaturas; si solo tomaran diez minutos en leer las listas de abreviaturas que aparecen al inicio del diccionario (sí, como quien se toma diez o quince minutos o media hora en leer un manual de instrucciones), se podría ver lo importantes que son, ya que nos informan de una serie de características de la palabra: por ejemplo el lugar donde se usa (puede ser una provincia, un país o una zona); si esta es de uso actual o no; si se usa en ámbitos informales; si es considerada vulgar; si forma parte de un ámbito de saber específico (botánica, medicina, derecho, por dar un ejemplo); si la usan los niños solamente o si es de uso figurado, entre otro tipo de información.

Uno podría preguntarse: ¿Y por qué aparecen abreviadas si son tan importantes? Estas son convenciones lexicográficas generales, ya que si incluyéramos toda la información extendida, sin más, las páginas de un diccionario podrían aumentar de forma considerable y con ello, su peso y su precio (que ya no es económico). Por esta razón se prefiere incluir abreviaturas y es deber de un usuario el conocerlas y manejarlas. Más que más, no son tan complejas (vulg, por ‘vulgar', coloq. por ‘coloquial', inf. por ‘infantil', por dar solo algunos ejemplos).
Por qué me refiero a este punto. Porque frente a afirmaciones como "palabras que se pueden pronunciar sin pudor"; "palabras que sí existen, porque están en el diccionario, por lo mismo se pueden usar"; "palabras que pueden usarse tranquilamente porque han sido incorporadas formalmente al DRAE", solo me queda pedirle a todo aquel que piense o crea esto que lea detenidamente estas abreviaturas y vea que, en muchos casos, el uso de ellas depende del contexto y de la formalidad. Lorear, por ejemplo, aparece marcada como ‘vulgar' y voces como sapear o cufifo aparecen con la marca ‘coloquial'. Por lo tanto, sería impensable que un primer mandatario, en su discurso del 21 de mayo, las usara "sin tapujo alguno" o que alguien, en una entrevista de trabajo, las profiera solo porque "aparecen en el DRAE".

Aprovecho, en este punto, recomendar una nueva obra en la que trabajamos un número considerable de lexicógrafos y académicos del mundo panhispánico durante seis años: el Diccionario académico de americanismos, que la Asociación de Academias acaba de publicar este año. Al revisar este diccionario se verá que cufifo es popular y que puede usarla alguien con manejo de la norma en ámbitos espontáneos (relajados, coloquiales), lo mismo que condoro y amononar.

Tercero, es necesario aclarar la diferencia entre corrección y descripción lingüística, sobre todo en los medios informativos. Me preocupa que en estos medios se hable acerca de una voz que se pueda "usar tranquilamente"; "sin tapujos"; "porque fue aceptada por una entidad" o que "es correcta porque aparece en el diccionario", sobre todo porque son estas informaciones las que llegan al usuario y pueden tomarse como verdades sin más.

Una voz es correcta cuando está conforme a las reglas de formación lingüística. Por ejemplo, es incorrecto decir tenimos frío, porque tener pertenece a la segunda conjugación verbal y, morfológicamente, debe ser tenemos frío. Pero no es incorrecto, desde este punto de vista, usar voces como lorear (‘Está loreando no más'), sapear (‘Me estaba sapeando desde hace rato') o relajante (‘Muy relajante esta torta de milhojas'). Que la RAE haya incorporado estas voces en el diccionario forma parte de un interés lingüístico que tiene que ver más con la ‘descripción' que con la ‘corrección' lingüística. La descripción (mostrar el lenguaje tal y como es), actitud sana y que forma parte del actual quehacer lexicográfico durante los últimos treinta años, viene a mostrar a la comunidad lo que el hablante usa y en qué niveles debe usarse.

En voces como lorear, sapear o condoro, ya no hablamos de incorrección, sino que de niveles de uso. Niveles, por ejemplo , formales e informales. Si estamos en una situación formal, usaremos determinadas palabras, según nuestra disponibilidad léxica. Pero si estamos dentro de situaciones informales, con nuestros pares, amigos o familiares ¿por qué ha de ser ‘incorrecto' usar coloquialismos o vulgarismos? ¿Acaso alguien no ha usado algún garabato frente a un arrebato de ira o de extrema alegría? ¿Diría, usted, frente al gol de su equipo predilecto ‘¡Gol! Estimados contertulios, ¡gol!'?. Puede que muchos lo hagan, pero muchos otros utilizarán voces coloquiales y vulgares, llenas de cariño y emoción, para dar cuenta de este evento.

No mezclemos los niveles, no hablemos de "Usar huevón sin tapujos, porque la RAE lo aceptó" o "No puedo usar flaite, porque no existe, ya que no aparece en el diccionario", porque tales afirmaciones solo demuestran el poco manejo que se tiene de la norma lingüística y del uso del diccionario. Empecemos por conocer el diccionario, veamos qué marcas y abreviaturas tiene y por qué no todas las voces pueden o deben aparecer en una obra como el DRAE, depósito léxico que debe reflejar la realidad de más de veinte países de habla hispana. Cosa inédita en el mundo.

Soledad Chávez Fajardo
Profesora del Departamento de Lingüística
Universidad de Chile

 

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