Opinión de Rodrigo Karmy, filósofo de nuestra Facultad

Un ministro "ideológicamente falso"

Un ministro "ideológicamente falso"

A Samir Amin in memoriam

Piñera designó a Mauricio Rojas como Ministro de Cultura. Conocido por haber vivido en Suecia –dice haber sido exiliado por su participación eventual en el MIR- haber estudiado en la Universidad de Lund, su lugar en el ensamble del nuevo gobierno de Piñera resulta clave: se trata de un supuesto “converso” cuya propia persona expone las “lecciones morales” de la historia.

Hasta ahora Mauricio Rojas se ubicaba en la invisibilidad del segundo piso de La Moneda escribiendo los discursos del presidente. Ahora pasa a la ofensiva. Y no sólo él, sino el gobierno al que representa: Piñera hizo dos cambios centrales en áreas tradicionalmente del imaginario de izquierdas: educación, en la que puso a Marcela Cubillos (UDI) ex ministra del medio ambiente en su primer gobierno y parte de los cuadros políticos del partido; cultura, en la que ubicó a Rojas ex -parlamentario de la derecha neoliberal sueca, proveniente de la Fundación para el Progreso (al igual que Ampuero) y cuyas declaraciones acerca del Museo de la Memoria no han de haber sido desconocidas para el presidente.

Justamente el presidente quiere guerra. Construir hegemonía ahí donde cierta izquierda aún goza de presencia. Porque la “segunda transición” consiste en instaurar un nuevo pacto oligárquico que, como tal, ponga a salvo de la izquierda todas las áreas relevantes del país, evitando así que ésta pueda impugnar el orden neoliberal. En otras palabras, la “segunda transición” es un proyecto de exterminio de las izquierdas y, por ello, una apuesta fuertemente ideológica que apunta a desmontar un asunto crucial de la articulación de las izquierdas durante los últimos 45 años: la memoria. Dejar a los criminales libres (libertad condicional), poner a Cubillos y Rojas en educación y cultura respectivamente no son “piñericosas” sino expresiones de la fortaleza ideológica que está construyendo el gobierno para renovar el pacto oligárquico de 1989 en un nuevo pacto (la “segunda transición”) que suture las fisuras sobre las que la potencia popular aún pudo impugnar al sistema.

Frente a Varela que, siendo un neoliberal convencido era incapaz de enfrentar a la oposición con argumentos fuertes (más allá del bingo), y frente a Pérez, una periodista enteramente “despolitizada” que carecía de cuadros políticos partidarios, Cubillos y Rojas tienen por objetivo la construcción de hegemonía orientada a la consolidación de esta “segunda transición”. Si el término “transición” no designa más que una técnica de gobierno orientada a la codificación de la política en base al léxico de la gobernanza neoliberal o, si se quiere, a la devoración definitiva de las instituciones de la República por parte del capital financiero, la “segunda transición” es el enclave por el que Piñera intenta renovar, actualizar y enmendar las fisuras que el dispositivo transicional de los años 90 había dejado abiertas. Y ¿dónde se ubican tales fisuras? Justamente en la memoria. Y¿cómo cambiar la memoria? Instalando un relato nuevo, una narrativa en la que todos se vean incluidos, pero la mayoría quede excluida. Se trata de jugar, al mismo tiempo, con el simulacro republicano de Blumel y la agresividad ideológica de Rojas.

Si Piñera pretende actualizar el pacto oligárquico renovando al dispositivo transicional tiene que ofrecer un relato que lleve consigo una “lección de la historia”, una “moraleja”. Y qué mejor que Rojas, en su propia persona, nos lo haga a partir del relato que se ha construido de sí mismo: él habría sido militante del MIR que habría sufrido el exilio en Suecia. Ahí estudió en la Universidad de Lund y pudo leer a Popper y a Hayek enterrando toda la “fe” en el marxismo a favor del “pensamiento” liberal (La Tercera del día domingo usa esos términos en su reportaje acerca del polémico ministro, “fe” para el marxismo y “pensamiento” para el liberalismo). Rojas es un ministro “ideológicamente falso” si se quiere, pero efectivo para la articulación del nuevo relato transicional. El mismo –junto con Ampuero en RR.EE. que ha sido excesivamente agresivo en política internacional con la situación de Venezuela y Cuba- trae consigo la “lección moral” de la historia que consiste en desechar la “fe” y abrazar al “pensamiento”.

Sin embargo, resulta evidente que la construcción de un relato por parte de la derecha pasa por diferenciarse del gobierno de Bachelet y sus reformas que la derecha en conjunto califica de “irresponsables”. Si la transición operada por Aylwin pretendió distinguirse de la dictadura de Pinochet, la transición liderada por Piñera lo intentará hacer respecto del gobierno de Bachelet. ¿Es la rima Pinochet-Bachelet una casualidad? Habrá que pensarlo, revisarlo, reflexionarlo políticamente en lo que significó el progresismo neoliberal hoy muerto y casi en el olvido. Lo cierto es que la “lección moral” de esta “segunda transición” apunta a construir un relato para el neoliberalismo 2.0 renovando así, el pacto oligárquico ensamblado por el dispositivo transicional.

¿Transición hacia dónde? Hacia el mito piñerista del “desarrollo” (como en su momento, fue el mito aylwiniano de la “democracia”). Y así como para Aylwin sólo podía haber “justicia en la medida de lo posible” –es decir, “justicia a la medida de los militares- para Piñera se trata de instalar un “país a la medida del capital financiero” cerrando las fisuras que el antiguo modelo transicional tenía y por las cuales pudo ingresar la potencia popular expresada en el movimiento estudiantil de 2011, impugnando un nudo central del funcionamiento del sistema: la “deuda” como pivote de todo el capitalismo financiero contemporáneo.

No sabemos que ocurrirá con Rojas. Si el gobierno ha podido capitalizar una fortaleza ideológica suficiente y elabora las estrategias adecuadas, es posible que perdure en el cargo. Pero si cae, el proyecto de la “segunda transición” seguirá incólume. Y es precisamente dicho proyecto que será necesario interrumpir, producir interferencias, en suma, destituir. No queremos la cabeza de un ministro sino la desactivación de un sistema. Y para eso, tendremos que distinguir entre la persona del ministro Rojas y el proyecto oligárquico por el que todos los días, el gobierno pretende consolidar. Si bien no tiene mayoría en el Congreso, sabe que la oposición está derruída ideológicamente. Y hoy lo que está en juego no es la mayoría cuantitativa, sino la hegemonía, esa singular forma de mayoría cualitativa.

La misión del gobierno de Piñera es clara. La de la oposición, es nula. Se requiere unidad. Pero ella no se logra con acuerdos cupulares, sino con lazos inéditos en la superficie de la vida social o, para decirlo con Butler, con “alianzas” que sean capaces de catalizar la acción colectiva. Y para eso, es necesario seducir al Otro, mostrar algo más de lo que ofreció el progresismo neoliberal durante los años de Concertación y Nueva Mayoría. Y ese “algo más” significa afirmar la potencia de una democracia frente al poder del capital, la potencia de los muchos frente al poder de una oligarquía, la protección de lo común frente a la ilusión de “seguridad” ofrecida por los dispositivos de control. Sabemos que a Piñera le aterra una sola cosa: un nuevo 2011. Todo el discurso trasitológico enmendado desde los think tanks de la derecha se orienta a conjurar su posibilidad. Sólo los 4 años que quedan dirán si lo pudo lograr. Trabajemos juntos y felices para que todo fracase.

Por Rodrigo Karmy, filósofo, Facultad de Filosofía, Universidad de Chile

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