Entrevista al Prof. Raúl Villarroel

Sentido y función de los saberes humanísticos y sociales en tiempos de COVID-19

Los saberes humanísticos y sociales en tiempos de COVID-19

El Dr. Raúl Villarroel, Profesor Titular, académico e investigador del Departamento de Filosofía y del Centro de Estudios de Ética Aplicada de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, Coordinador Académico de HUMANIORA Red de Postgrados de las Universidades chilenas, nos ofrece algunas luces respecto de estas preguntas, contestando nuestras inquietudes en relación al rol de las Humanidades, Artes, Ciencias sociales y Comunicación en esta nueva contemporaneidad.

¿Cuál diría usted que eran las principales preocupaciones de nuestras áreas disciplinarias antes de octubre del año pasado? ¿De qué manera ellas se han transformado?

La pregunta me parece un tanto compleja. Pienso que se podría responder a ella al menos en dos sentidos.

En primer lugar, tengo la impresión de que las Humanidades (no sé si las Ciencias sociales también en este caso) se han vuelto de algún modo refractarias a una cierta lógica oficial de producción del conocimiento, desplegada hegemónicamente en el mundo durante las últimas décadas. A los saberes humanísticos (la filosofía, la historia, la literatura, la lingüística y otros) se les ha impuesto una legalidad procedimental que hoy muchos de sus cultores consideran ajena a su carácter esencial, porque intuyen que ha sido extraída de órdenes epistemologicos provenientes de otros regímenes de comprensión del mundo y la sociedad, definidos por criterios de rendimiento económico, fundamentalmente. Esto les ha hecho sentir que su libertad de pensamiento y acción están siendo cada vez más aherrojados y aquellos fines que se suponía debían históricamente perseguir les parecen ahora más difíciles de alcanzar. Pienso que hay una suerte de desnaturalización del ideario humanista que las disciplinas especializadas han resentido fuertemente, lo que las mantiene en vilo y ha tendido a acallar su verdad en el espacio público.

No obstante, en segundo término, también pienso que acontecimientos como los del estallido social de octubre pasado han favorecido el resurgimiento de una importante expectativa de rearticulación de su potencia analítica y crítica. En este caso, advierto con optimismo que, pese a los escollos que nuestro trabajo intelectual ha debido enfrentar, igualmente la fuerza de los hechos ha permitido constatar el valor y la relevancia que tiene un tipo de reflexión como la que despliegan las humanidades, indagando en la profundidad del sentido de la experiencia humana y social, más allá de la pura racionalidad instrumental con la que hoy se ordena el mundo globalizado, más allá de la organización político-económica de los registros algorítimicos que definen al presente histórico. Ello le permite a las humanidades dar con una clave de comprensión esencial del fenómeno humano y soportar con renovado vigor la defensa de la justicia social, que es lo que ha quedado incumplido fatídicamente por este sistema, constituyendo su imperdonable fallo ético e histórico, digamos.

Por lo mismo, no sé si la tarea a la que estamos llamados hoy sea seguir reclamando lastimosamente por la camisa de fuerza que nos han obligado a vestir, o si, con independencia de todas esas formalidades incómodas que tenemos que padecer, nuestro deber sea continuar inclaudicablemente alentando un pensamiento crítico, insobornable y siempre subversivo.

Los límites que definen lo que son cada una de nuestras disciplinas ¿se  verán afectados desde ahora en adelante?

Tengo la impresión de que es muy difícil hoy en día hablar de “límites” de nuestras disciplinas. Todo me hace pensar que en el horizonte actual de los saberes -con mayor razón en el caso de las humanidades, las ciencias sociales, el arte o la comunicación- de lo que se trata es más bien de demostrar una capacidad de composición creciente de plexos convergentes de saber, de la producción de diálogos interepistémicos. El error, a mi modesto juicio, consistiría en creer que es posible sostener discursos estancos, parcelas reductivistas de intelección de la realidad. No veo cómo pudiera no hablarse de un trabajo sinérgico, cooperativo, solidario, transversal entre la filosofía, la historia, la lingüística, por citar algunos ejemplos. Es evidente que las inteligencias humanísticas más relevantes de los dos últimos siglos han demostrado la necesidad de pensar en conjunto aquello que nos interpela de casi idéntica manera en lo más esencial.

Si nuestras disciplinas fallan, es porque pueden llegar a quedar atomizadas y dar lugar a discursos ultraespecializados, cerrados sobre sí mismos, que se tornan irrelevantes ante el avance de la razón técnica globalizante. Estimo que debemos evitar a toda costa convertirnos en unos patéticos iniciados en esa “masonería de la erudición inútil” de la que hablaba Michel Foucault. Nuestro desafío es, sin duda, coexistir sin resistencias vanidosas y egóticas, cohabitar generosamente en el saber. Allí reside nuestra fuerza espiritual.

¿Cuáles son las ventajas y la debilidades de considerar al estallido social y a la pandemia del Coronavirus como parte de un mismo proceso socio-histórico en nuestro país? ¿Es preferible separar ambas instancias o fenómenos? ¿Cuáles son las consecuencias analíticas de ambas opciones?

Mucho me temo que, en relación con este gran estremecimiento que ha sacudido al mundo entero en los últimos meses, se ha comenzado a instalar en la conciencia pública una suerte de error perceptivo no insignificante. Con ello me quiero referir al hecho de que conforme se ha ido estabilizando con aparente legitimidad la idea de que la pandemia es un asunto exclusivamente sanitario, una situación que solo remite a la irrupción de una anomalía fatal en el orden infinitesimal de la vida orgánica, biológica, que afecta por rebote y de manera inesperada -para no decir casual- a la sociedad de nuestro tiempo, estamos tendiendo a obliterar la dimensión política y fundamentalmente económica que define al orden mundial y que, irremediablemente, debe considerarse como el telón de fondo de la crisis. No me parece posible desestimar que es en el contexto de una idea hegemónica de ciencia y un programa de investigación y desarrollo cientifico amarrados fuertemente a los objetivos y al interés del capital, donde se propicia la condición de riesgo que desencadena la desgraciada circunstancia que hoy está asolando al planeta.

Despolitizar, entonces, el análisis de esta pandemia, reducirlo a la simple exposición dramática y estadística de su expresión mórbida -por cierto dolorosa en extremo-, como quieren hacernos entender nuestras autoridades y los medios de comunicación, es perder de vista el verdadero origen del problema. Es en este sentido en que me parece que tanto la catástrofe virósica planetaria, como el cataclismo social que dejó a la vista el estallido de octubre pasado en nuestro país, resultan ser fenómenos finalmente concomitantes. Sus imprevistos efectos deletéreos permiten entender que, por cualquier vía, ha sido la vida humana, aquí y allá de igual modo, la que siempre estuvo al borde del abismo. Me parece que con todo esto no se puede sino constatar que la estructura jurídico-institucional de carácter neoliberal en la que se había querido sostener el orden social y la experiencia de las personas, hasta ahora de idéntica manera en el mundo, era en extremo inconsistente. Por tanto, no creo que debamos caer en una anodina indulgencia y terminar siendo aquiescentes con la idea de que todo ha sido solo una suerte de “destino fatal” que se ha cernido sobre la humanidad, porque considero que hay responsabilidades que alguna vez deberán establecerse, de modo que superado este momento aciago haya expectativas de justicia y ojalá el poder se reconfigure y redistribuya de mejor manera. Alguien tendrá que pagar esta cuenta.

En medio de una serie de análisis que adelantan tanto la permanencia del neoliberalismo como el surgimiento de una nueva era política y social ¿Podría adelantarnos algunos escenarios sociales post-contingencia? ¿Qué rol jugarán nuestras disciplinas en cada uno de ellos?

Es muy difícil ocupar el rol de adivino en estos tiempos. Observo con distancia el papel a mi juicio penoso que algunos colegas filósofos de relevancia mundial, e incluso otros de nuestro medio local, se han apresurado a cumplir ante esta inefable circunstancia. Creo que varios de ellos van a tener que arrepentirse de muchas de sus aseveraciones, más aún cuando una buena parte de sus dichos han rayado casi en el delirio. De todas maneras, me parece claro que hay experiencias que calarán hondo en la psicología de los ciudadanos. Es probable que muchos de nosotros archivemos en nuestra memoria emotiva registros indelebles del padecimiento al que nos hemos visto sometidos en estos días de encierro y soledad, condenados a echar mano a las escasas reservas anímicas y creativas que nos van quedando para subsistir, a salvo de la enfermedad, en medio de este caos. No obstante, más allá de aquello, pienso que difícilmente las cosas van a cambiar en lo sustantivo luego de todo esto. Excepto, porque de esta crisis emerja una peor concentración del poder y del capital que la que hasta ahora ha existido en el mundo. Tal presumible reordenamiento del mapa geopolítico mundial -según me atrevo a estimar- tenderá a favorecer a los mismos actores que hasta ahora han manejado a su arbitrio los destinos de la humanidad.

Por lo mismo -aunque sin calcular la medida de su efecto, por cierto-, creo que se podría abrir a partir de mañana una gigantesca oportunidad para seguir hablando con toda propiedad y pensando criticamente el futuro desde nuestras disciplinas y conocimientos. Siempre confiando en que ninguna racionalidad técnica o económica será capaz de agotar el espectro de explicaciones posibles de aquello que nunca es del mismo modo, que es la vida humana. Para eso estamos y estaremos desde ahora dispuestos, supongo. Confiaremos, entonces, en que “donde hay peligro, crece también lo que nos salva”.

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