"Un señor… el duelo, el resarcimiento y la ley" por Grínor Rojo

"Un señor… el duelo, el resarcimiento y la ley" por Grínor Rojo
"Un señor… el duelo, el resarcimiento y la ley" por Grínor Rojo

La definición estándar del duelo es, por supuesto, la de Freud en “Duelo y melancolía”: “[el duelo es] la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc.”. Y agrega Freud: “Confiamos, efectivamente, en que al cabo de algún tiempo [el dolor] desaparecerá por sí solo y juzgaremos inadecuado e incluso perjudicial perturbarlo [perturbar el proceso de duelo]”. Dejar pues que el duelo se complete sin intervención externa y con los elementos que le sean intrínsecamente indispensables. Y dos corolarios, que Freud mismo no extrae de su definición pero que están implícitos en ella, son los siguientes. i) El trabajo del duelo lo realizan quienes han sufrido la pérdida y no sus causantes. Si Freud no lo aclara, es porque es obvio. Son los que sufren y no los que generaron el sufrimiento los/las que buscan recuperarse; y ii) En ningún momento ha dicho Freud que la conclusión del trabajo del duelo sea el olvido. Incluso habiéndose recuperado de la pérdida, para ese/esa que ha hecho el trabajo del duelo, eso no significa que él/ella haya hecho borrón y cuenta nueva o, como dicen ahora, que haya “pasado página”. Significa, en cambio, que la actividad del vivir no es disasociable de la actividad del recordar o, mejor dicho, que el recordar es una actividad que es necesaria para el vivir. Esto vale por igual para los individuos y las comunidades. Somos individual y socialmente lo que somos no como un puro presente, sino como un presente que tiene, que reconoce y que honra a un pasado. Mi madre y mi padre están muertos desde hace mucho, pero yo sigo teniéndolos dentro de mí porque yo soy con ellos. Las víctimas del Golpe de Estado de 1973 en Chile están muertas (o desaparecidas: según, la periodista Ana María Sanhueza, para el diario español El País, del 7 de julio de 2023, en Chile “aún hay 1.469 víctimas de desaparición forzada. De ellas, 1.092 son detenidas desaparecidas, mientras que otras 377, que fueron ejecutadas, están en la misma condición. Solo 307 personas han sido identificadas”), pero quienes los/las amamos los/las seguimos teniendo en nosotros porque nosotros somos con ellos/ellas. 

No hay contradicción entonces entre los objetivos del proceso de duelo y el recuerdo del ser perdido. En el plano individual, así lo demuestran las charlas familiares y las fotografías en las paredes de la casa y en el social, los monumentos y los ritos. Todo ello se hace no por capricho, sino porque es una necesidad. 

Ahora bien, en un orden político moderno y civilizado, la fuerza, y aunque nuestro escudo nacional la autorice, no reemplaza a la razón jamás (mejor dicho, no debe hacerlo, porque ello importa la transgresión de un pacto civilizatorio que constituye un progreso en la historia de la humanidad y que por eso es fundamental). Entre nosotros los chilenos, no se trataría por consiguiente de recomponer nuestra heráldica introduciendo en ella más huemul y menos cóndor, como le gustaba decir a Mistral, sino de instalarle un búho sabio y persuasivo. El cóndor es un ave de rapiña, como todos sabemos, pero el huemul no es el antídoto eficaz para los desmanes de aquel pájaro depredador y carroñero, porque el significado del huemul es la timidez y la indefensión, las que inevitablemente, como también lo sabemos, van a dar en la extinción. Esto significa que ni el cóndor ni el huemul a nosotros nos son útiles. Reivindiquemos, en cambio, la razón del búho tanto como los instrumentos de los cuales él se sirve, que no son otros que los de la cultura moderna, y renovemos nuestro pacto social a partir de ellos. 

Desde el punto de vista de los fundamentos de la civilización moderna, de la misma manera en que el uso de la fuerza irracional es inaceptable, sus consecuencias, y más todavía si esas son consecuencias criminales, también lo son. El homicidio, la desaparición, la tortura y la persecución del prójimo por parte de los guerreros victoriosos, de cualquier tipo que esta última sea (desde la que te deja sin trabajo hasta la que te mete en la cárcel o te despoja de la ciudadanía), son injustificables.  

Menos justificables aún son quienes cometen esos crímenes, los guerreros mismos, los que mataron, desaparecieron, torturaron y persiguieron a unos humanos como ellos pasando por sobre el mandato de la razón.

Las víctimas experimentan su duelo, que es el proceso a través del cual ellas podrían reconocer y aceptar eventualmente su pérdida. Pero postular el (y llamar al) cierre de ese proceso mediante un acto arbitrario en el que las víctimas y los victimarios se dan la mano y se van felices de picnic involucra o una ignorancia o una gazmoñería culpable o una grosera exhibición de cinismo. 

Si el criminal, que es el causante de la pérdida, no tiene como he dicho duelo alguno que hacer, lo que él sí debe hacer es responder ante la ley por sus actos criminales. De nuevo en el marco de una sociedad moderna y civilizada, la ley reemplaza a la venganza. Mejor dicho: el resarcimiento que, por el o los crímenes de que han sido víctimas, merecen y requieren quienes se encuentran hoy de duelo es un componente esencial del trabajo que ellos/ellas realizan para curar su dolor. Y ese trabajo de duelo no podrá completarse a menos que se le haya hecho un lugar al resarcimiento. En las sociedades primitivas y en la mafia, el método para resarcirse es la venganza. En las sociedades modernas y civilizadas es la acción de la ley. Y esto por una causa muy simple: porque, si la venganza es la expresión de una cólera irracional, la ley lo es (debe serlo) de la razón. Hacer equivaler la una con la otra es confundir términos que no son compatibles y que incluso se puede argüir que son opuestos. Negarse al imperio de la ley es negarse al imperio de la razón y negarse al imperio de la razón es negarse al imperio de la civilización que los humanos hemos logrado alcanzar en esta tierra.    

Un señor, cuyo nombre no voy a dar, porque me interesa menos su figura que rebatir la topicidad y contradicciones de su argumento, y que declara ser escritor (declara serlo. Yo, que estoy publicando una historia de la literatura chilena en cinco volúmenes, no sabría dónde ni a cuento de qué incluirlo), le solicita al presidente de la República que él influya para que los ciudadanos de este país cerremos nuestro proceso de duelo respecto del golpe de Estado ocurrido hace cincuenta años y de las atrocidades que a su respecto se cometieron entonces y después. Su argumento comienza con esta petición de “cierre” del duelo, que él saca a la luz con la mano del gato, atribuyéndosela fuera de contexto al expresidente uruguayo José Mujica y, de añadidura, al sudafricano Nelson Madela, y advirtiendo que el suyo no es un llamado al “olvido” y que conviene que lo escuche “sobre todo la izquierda”. 

Pero ahora viene lo bueno, que es la afirmación según la cual “tarde o temprano una comunidad tiene que cerrar el proceso de sanación y reencuentro y ello requiere de todas partes grandeza, generosidad y humildad”. El paso siguiente es previsible: la grandeza, la generosidad y la humildad consisten para este señor en la actitud de tolerancia ecuménica que la comunidad debiera tener para con las víctimas y los victimarios, admitiendo que no existe una sola verdad respecto del golpe y sus consecuencias, sino muchas; y que es preciso por ende escucharlas a todas, es decir, a quienes aseguran que el golpe fue necesario, que quienes lo realizaron cumplían un deber patriótico, que los crímenes de ahí y posteriores o no ocurrieron o fueron de poca monta, y que la ley (a quien este señor no nombra, por cierto) o no debe intervenir en el asunto o debe darlo por caducado. Con ello, este buen señor busca darle el mismo peso de verdad a esta perspectiva ecuménica que a la que sostiene que el golpe sí ocurrió, que no era necesario en absoluto, que quienes lo perpetraron no cumplían con un deber patriótico sino que cometían y siguieron cometiendo crímenes horrendos y que esos crímenes horrendos deben ser expuestos, juzgados y penados por la ley.    

Según las precisiones que le he hecho en esta nota, el argumento del señor en cuestión es, yo no sé si inadvertida o deliberadamente, falaz.

 

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